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Paula y Unai


Unai, el rápido.

Este embarazo fue también muy deseado, aunque después de 16 meses de haber parido a mi primer hijo, yo todavía, no había empezado a menstruar. Me sorprendía pensando con alegría el momento de reencontrarme con mi regla, sabiendo que eso significaría que podría volver a embarazarme de nuevo.

Y llegó el día: la mancha marrón en mis bragas!! Se me saltaron las lágrimas de emoción, y ahí mismo, sentada en el wc, me reconcilié con una imagen muy parecida: yo misma, con 10 años, mirando la mancha marrón en mis bragas, llorando por tan temprana menstruación.

Pero esta regla duró apenas un día, y a los 28 días no volvió, ni a los 30 ni a los 40. Me hice un test, por si las moscas, pero fue negativo. Decidí pues no darle más vueltas, esperar  de nuevo la llegada de la regla, ya me iría regulando…

Una mañana, Ibón (un año y medio) me dio un beso en la tripa (el primero en toda su vida, que yo recuerde) y descubrí que estaba escuchando el mismo disco que escuchaba estando embarazada de Ibón, y que después ya no había vuelto a poner. Estaba embarazada, la certeza cruzó por todo mi cuerpo y cuando el test dio positivo me abracé a mi niño bailando y cantando: “Vas a tener un hermanito”.

Así que Unai vino rápido, muy rápido, sin siquiera tener una segunda regla.

Cuando Marcos llegó a casa, le hice cerrar los ojos y al abrirlos se encontró con un positivo en la mano y una mujer sonriendo de oreja a oreja. Que felicidad!!


EMBARAZO

Por delante me quedaban 18 meses de baja (en mi trabajo así está estipulado, por ser de riesgo: 9 meses de baja por embarazo y otros 9 por lactancia, si, es el mejor trabajo del mundo).

Estaba feliz por poder quedarme de nuevo en casa por las tardes con mis chicos y disfrutar con ellos el ver crecer mi tripa.

Concerté cita con ginecología (SS.SS) porque no sabía de cuanto estaba realmente, aunque por los síntomas debía estar por la semana 9. Acerté.  Además se llevaron una carta de agradecimiento (ginecóloga y enfermera), por el trato tan bueno, por parecer que tenían todo el tiempo del mundo para escucharnos, preguntarnos, mirarnos a los ojos…

Me dieron cita con la matrona, y aunque iba a llevar este embarazo de nuevo con el grupo de matronas de Génesis, fui a esta cita porque me gusta conocer a las matronas de la SS.SS, saber cómo trabajan y por qué negarlo, averiguar si son respetuosas con la mujer en esta etapa tan importante. 

La historia con esta matrona, merece un capítulo aparte, así que sólo diré que a pesar de que su consulta estaba forrada de recomendaciones sobre lactancia materna (OMS, UNICEF, AEPED) la mujer me soltó perlitas como las siguientes: “Que si el mayor aún tomaba teta sería por MI capricho” “que mi leche no le alimentaba” y cuando le rebatimos todo lo que decía tuvo la desfachatez de decirme que “dar la teta estando embarazada, era abortivo” Ahí ya mi cara pasó por toda la gama desde el morado al rojo pasión… ni os cuento cómo se puso cuando se enteró que Ibón nació en casa y que mi intención es que este segundo también. (Me queda pendiente una reclamación sobre la falta de profesionalidad de esta mujer). 

 El segundo embarazo siempre es distinto: ahora tenía un humanito de año y medio correteando por la casa, creciendo día a día, todo mi tiempo se iba en él y apenas me paraba a tocarme la tripa. Eso me daba mucha pena, y me hacía sentir culpable. Además, tenía una extraña sensación de que algo no iba a ir bien en este embarazo… Menos mal que en la primera consulta con Génesis, Pepa me dijo: Claro, es difícil conectarse con el bebé, si aún estás conectada con Ibón. Esa frase me ayudó mucho a entender lo que me pasaba. 

Las consultas de embarazo las llevaba en el Puerta de Hierro en Madrid: un poco lo de siempre en Madrid: cada consulta era con un gine distinto, siempre muy pendientes de la excesiva subida de peso, no muy conformes con mi deseo de no hacerme el triple screening ni el azúcar… lo de siempre. A la semana 12 me dijeron que la placenta estaba baja (cosa muy normal por otro lado en la semana 12) y a la 25 que mi niño estaba de nalgas. En ambos casos me hablaron de cesárea. Yo salía enfadada y triste de las consultas y Marcos me decía: “Pero si ya sabes que es muy pronto para lo de la placenta o si aún el bebé tiene mucho sitio para dar todas las volteretas que quiera” y yo contestaba lo mismo: “no me enfado por mi, que estoy informada, me enfado por todas las mujeres que no lo están y que desde muy prontito ya les meten el miedo en el cuerpo: que si engordas, que si placenta baja, que si bebé de nalgas…” 

A la semana 16 tuve un sangrado. Al principio me asusté mucho, pero en el coche hacia el hospital, le hablaba a mi pequeño y le decía que aguantase si tenía que aguantar y si no era así, que podía irse, que yo sabría como despedirle. No hizo falta, estaba bien agarradito. El sangrado parece que fue un hematoma. 

En una de las ecografías me dicen que mi placenta es “de inserción velamentosa”. Se me cayó el alma al suelo. ¿Qué era eso? ¿Por qué no lo había escuchado antes? ¿Me impediría esto un parto en casa?

En el coche, llorando en silencio, les escribí a mis “comadres” de El Parto Es Nuestro, ellas manejan mucha información, pero sobretodo tienen el don de sanar angustias, con sus siempre acertadas palabras llenas de amor. Sus respuestas me dejaron más tranquila y en mi segunda cita con mis matronas terminé por tranquilizarme: la inserción velamentosa no impide un parto en casa!!! 

 Y así fue pasando el embarazo. Cada 15 días me daba un masaje metamórfico, que me dejaba como nueva y me conectaba con el nuevo bebé que estaba creciendo dentro de mí. Otro niño. Se llamaría Unai. 

A la semana 35, como ocurrió con Ibón, empecé a notar muchos cambios, y me entró el miedo de que se adelantase, que no estuviese maduro del todo y no poder parir en casa. Mis matronas, de nuevo, supieron tranquilizarme. En dos semanas ellas se pondrían de guardia, a mi me tocaba hablar con Unai y decirle que esperase, y sobretodo, tranquilizarme. Así fue. Tomé la decisión de dejar de preocuparme por preparar la ropa de Unai, la casa, las comidas. Decidí que estaría 100% para Ibón y para mi tripa… fue una gran decisión que me hizo vivir mis últimos días de embarazo feliz y consciente… 

Los últimos diez días notaba a Unai muy muy bajo, estaba expectante y cada noche me preguntaba si sería esa la noche.

Durante la noche, solía irme a la otra habitación porque por las noches necesitaba moverme mucho, y aunque tenemos una cama gigante, un niño de dos años y tres meses, adicto de nuevo a la teta, una perra, un Marcos y una embarazadísima, era demasiado… 

Una tarde, estando de 39 + 2, quedé con unas amigas para hacer un taller: Parir en movimiento. Allí nos encontramos 5 mujeres poderosas y llenas de fuerza: Mi cuñada (20 semanas), mi querida amiga Churri (30 semanas), Diana (socia y comadre, 38 semanas), y mi querida Ana Paula (nuestra profe del taller, y socia también).

Algunas nos conocimos ese mismo día, y en seguida fluyó la oxitocina a raudales.

Ana Paula nos hizo una espléndida explicación de cuan espaciosa es nuestra pelvis, nos enseñó posturas donde ésta abría su espacio para dárselo al bebé… fue muy gratificante compartir tripas y emociones.

Cuando llegó la hora de los ejercicios con más movimiento, Diana y yo (gordísimas ya), no los hicimos y nos sentamos muy juntas. Yo me encontraba mal, tenía un dolor de gases que me molestaba en el costado, y me acordaba, no con mucho amor, del platazo riquísimo de lentejas que me tomé pensando en las fuerzas que me darían para el parto. ¿Fuerzas? Lo que me habían dado eran unos gases… Todas bromeábamos con que me iba a poner de parto ahí mismo, en la casa de Diana… y yo me imaginaba un parto entre mujeres queridas, que delicia!! 

Cuando esa noche llegué me metí en el baño y le confirmé a Marcos: “efectivamente, no estaba de parto, eran unos gases que afortunadamente ya han salido…”

 

Unai, el rápido

A la mañana siguiente, a eso de las 7:15 me levanté como de costumbre a hacer pis, recuerdo que pensé: el primer pis de los 100 que me quedan por hacer en todo el día… Al tocar el suelo con los pies se me escapó un poquito de líquido entre las piernas… ¿pis? “no creo que se me escapase así…” ¿he roto aguas? “Seguramente, pero qué poquito”.

Me fui al baño. Hice pis. Cuando me levanté del wc noté que tenía una contracción y que se escapaba un poco más de líquido. No conseguía ver si era claro porque el suelo de mi baño es oscuro, así que cogí un pañal de mi hijo y empujé un poquito. Claro. Bien!! 

Fui a despertar a Marcos. Tan suave lo hice que ni se inmutó, y me di cuenta que en realidad, lo prefería así. Imitando mi primer parto, me preparé un baño y me llevé el móvil preparada para contar contracciones. Dentro de la bañera y sin notar apenas nada, llamé a mi matrona: “Jero, he roto aguas, son claras, color salmón… pero no estoy segura de estar de parto, te llamo en un rato y te confirmo” Después llamé a mis cuñados (hermana y hermano de Marcos) que vendrían a hacerse cargo de Ibón si fuese necesario, y a mi hermano, que venía a hacer fotos. Llamé también a mi querida Ali, que había estado a mi lado en mi primer parto y ahora se encontraba muy lejos. 

Serían las 7:30, el despertador de Marcos estaría a punto de sonar… me dejé estar en esas aguas calientes, sabiendo que dentro de poco tendría a Unai en mis brazos. 

Cuando Marcos apareció en el baño no hizo falta decirle nada. “¿Has llamado ya a Jero?” “Si, hay que darle el parte en un rato, también he llamado a los demás, les he dicho que no había prisa, que les llamábamos de nuevo… vete a desayunar” 

Me quedé sola, escuchando mi cuerpo y, aunque apenas notaba contracciones, mi cuerpo me aseguró que estaba de parto. Cuando Marcos volvió al baño, le dije que llamase de nuevo a todos, que sabía que el parto estaba cercano. 

Cuando una hora más tarde llegaron mis cuñados yo estaba en mi trono (Como ocurrió con mi primer parto, el lugar dónde me sentía más cómoda y pasaba mejor las contracciones era sentada en el wc. Me agarraba a los brazos de Marcos y respiraba desde lo más hondo dejando que la contracción pasase por mi) Hablé con mi cuñada y le pedí un Aquarius. Cuando se fue sentí la necesidad de meterme los dedos y ver cómo estaba por dentro. Tratar de hacerme un autotacto como nos habían enseñado en las clases de “preparación” al parto. No saqué ninguna conclusión y pensé: “bueno, tampoco le he tocado la cabeza, o sea que puede ir para largo…” Qué ilusa. A partir de ahí ya no tengo recuerdos, sólo una contracción tras otra, casi sin pausa, agarrada de nuevo a los brazos de Marcos y chillando, esta vez si, desde lo más hondo, desde lo más mamífero… 

En un momento dado, tengo la sensación de tirarme literalmente al suelo del baño y ponerme a cuatro patas. Con mis brazos me apoyaba en la bañera… la misma postura que cuando Ibón salió de mí… Marcos salió a decirles a sus hermanos que fueran preparando el cuarto donde nos instalaríamos después. Volvió enseguida.

Me toqué la vagina, la cabeza de Unai estaba ahí… ¿ya? Imposible. Se lo pregunté a Marcos casi entre sollozos: “Eso de ahí, ¿es la cabeza?” y cuando me contestó que si, mi respuesta fue decirle a Unai casi desesperada: “Espera, Unai, no puedes nacer aún, Pepa (la matrona) aún no ha llegado”

Recuerdo una mano firme y amorosa en mi cintura, la de Marcos, y su frase de voz tranquila: “No pasa nada, Paula, yo estoy aquí” No hizo falta más, mi cuerpo se relajó y noté que Unai iba a salir. Le pedí a Marcos que me pusiera la mano en la vagina, en el clítoris exactamente, que hiciera fuerza… el círculo de fuego se acercaba y esa mano firme hizo que dejase de doler… salió la cabeza. Yo en ese punto estaba ya tranquilísima, inundada por las hormonas y completamente ida y concentrada a la vez… sentía la compañía de esas mujeres que  han estado a mi lado estos últimos meses, como si de alguna forma supieran lo que estaba a punto de ocurrir… me sentía poderosa… 

Escuché cómo Marcos le soplaba a Unai, que todavía tenía el cuerpo dentro de mi… recuerdo que pensé “Tranquilo, Marcos,  Unai está bien” y acto seguido salió todo su cuerpo, bañado en todo ese líquido amniótico que aún le bañaba mientras viajaba hacia nosotros. 

Marcos tuvo el privilegio de tocar por primera vez un cuerpo recién nacido, su hijo, y que rápidamente me pasó entre las piernas.

Ahí estaba Unai, el rápido, una hora y media después de confirmar que estaba de parto… ¿Cómo pudo ser así de rápido? Aún hoy, casi un mes después, me sigue asombrando… 

Yo miraba a mi pequeño, que lloraba entre mis brazos, pensando que a mi hermano no le había dado tiempo a llegar y hacer las fotos que tanto le apetecía, pensando que Pepa estaría al caer y que sonreiría al saber la noticia, y que mis cuñados estaban preparando la habitación y también se lo habían perdido. Le dije a mi pequeño: “Unai, ya estás aquí, y nadie lo ha visto”… Pero no, a Unai lo vio nacer su padre y su padre fue el primero en tocarle.  Se cerró así un círculo que empezó el día que le concebimos. 

Poco más tarde entraba mi cuñada al baño con cara de “¿ya?, no puede ser.” Y se sentó en el suelo llorando de emoción, con su tripa llena también de vida. Quería regalarle ver nacer a su ahijado, y la pobre estaba poniéndome las sábanas cuando nació Unai… 

Nos trasladamos a la habitación, la placenta todavía dentro de mi, el cordón latiendo aún… llamaron al timbre, era Pepa, la matrona. Marcos bajó a abrirle. Cuando le comunicó que Unai ya había nacido, puso la misma cara que mi cuñada: ¿ya? 

Ibón se despertó en la habitación de enfrente y vio todo el jaleillo. Mi cuñado, que es su padrino, lo cogió en brazos y lo trajo a la habitación. Se quedó a los pies de la cama y dijo: “Mamá pintada, pimpar (limpiar)” y nos miró desconcertados cuando nos reímos. Mis piernas estaban surcadas de gotas de sangre secas… Tardó en acercarse a ver al hermanito, y ahora no se separa de él “Manito, manito, besho” (hermanito, hermanito, beso) 

Le contamos a Pepa cómo había sido todo y ella escuchaba con una sonrisa. Marcos cortó el cordón y Pepa  miró mi vagina: intacta. Bien por esa mano de Marcos!!! 

No recuerdo en qué momento llegó mi hermano… dispuesto para hacer sus fotos de parto, pobrecillo, finalmente sus fotos quedaron sólo en “Placenta” y “Posparto” 

Mi placenta, como ocurrió con Ibón tardó en salir. Esta vez fue una hora y media (la de Ibón había tardado 2 horas y 20 minutos…). Cuando finalmente salió, supe por qué se le llama Placenta, pues sentí un placer inmenso…

Pepa la revisó: “esta es la placenta más rara que he visto, es aberrante (no es un insulto, Paula, es que se llama así: en lugar de ser uniforme, se condensa como en tres, como un trébol… y mira la inserción velamentosa… qué sabia es la naturaleza, el cordón ha tenido que hacer esto… mira… es milagroso, mira que bebé más hermoso ha salido…” y si, yo miraba a Unai y miraba mi placenta y pensaba: “Si que es milagroso y hermoso” 

Dejé de sangrar y mi útero se contrajo… 

Unai no se enganchó enseguida, tal vez lo hizo a las 2 horas… cuando mamaba, después soltaba por la boquita como una mucosidad transparente… tal vez tenía el estómago lleno de líquido amniótico o mucosidades y necesitaba echarlas todas antes de mamar bien. Así que aunque no mamaba se le veía bien…  

Entre Marcos y Pepa me hicieron un batido de sandía, melocotón y placenta... me bebí dos vasos, brindando por la vida. 

La gente se fue yendo, mi hermano, mi cuñada, Pepa… Ibón se fue a comer a casa de mi hermano, que tiene dos hijos de su edad y se lo pasa pipa… yo me quedé en la cama, escuchando cómo servían la lasaña que yo había hecho y congelado algunos días atrás.

Cuando me fui a incorporar para ir al salón y comer “en familia”, me mareé y tuve que ir a gatas (en el posparto de Ibón me pasó lo mismo)… y cuando me tumbé en el sillón, necesité mi buena media hora para recuperarme. 

Noté que sangraba cuando me movía, le pedí a mi madre que me ayudase a cambiarme de compresa… había manchado muchísimo. No recordaba si era normal tanto sangrado y mi madre tampoco… así que fuimos cambiando compresas hasta que decidimos llamar de nuevo a las matronas para verificar. Estaba Cristina de guardia y a ella le explicamos… me dijo que me tocase el útero a ver si era como una naranja, que me lo masajease bien fuerte y que bebiese mucho líquido mientras ella subía. 

Yo me encontraba cada vez peor, me dolía al masajearme el útero y los entuertos me dejaban baldada.

Cuando llegó Cristina, con su energía que llenaba toda la habitación, le contamos cómo había sido todo… “que pena habérmelo perdido”…

Me masajeó el útero… que doloroso… de pronto salió un coágulo enorme, casi lo sentía como una nueva placenta… Que alivio más grande, se sentí renovada… Cristina lo miró y remiró, comprobando si había restos de placenta… nada, sólo un inmenso y hermoso coagulo. Dejé de sangrar y el útero se contrajo de nuevo. A la media hora empiezo a sangrar de nuevo. Masaje, más coágulos. De nuevo dejo de sangrar… así varias veces: Cristina me pone oxitocina, me sonda, llama a Pepa… yo estoy bien, cansada pero bien. Cuando me quiero preocupar para que los de casa coman algo, Cristina me regaña con cariño: “Paula, a lo que tienes que estar…”

 

Conclusión: decidimos ir al hospital. 

Cristina llama a la ambulancia, Marcos viste a Unai y mi cuñado Pichi coloca la sillita en coche.

Cristina me ayuda a vestirme y me acompaña al baño. Hago pis, me limpio y me siento de nuevo en el wc… me estoy mareando de nuevo… le digo a Cristina que me quiero tumbar en el suelo. Ella coloca unas toallas y me ayuda a tumbarme. Me toma el pulso, taquicardia. Llama de nuevo a la ambulancia, el operador del 112 se hace la “picha un lío” y anula una ambulancia para mandarnos una UVI. 

Pichi está abajo, atento a una ambulancia que no llega… por fin aparece y pasa de largo… Pichi sale corriendo y les detiene. Le dicen que les han anulado el servicio y Pichi insiste en que se queden. Suben a verme. Eran como unos ángeles vestidos de La Cruz Roja, sonrientes, cariñosos y amables. Cristina les cuenta todo y ellos le contestan: a partir de ahora, tú eres la jefa, mándanos lo que haga falta.

Suben una silla, me ayudan a colocarme y me bajan en ella el tramo de escaleras que hay hasta llegar al jardín. Cuando bajamos, nos encontramos otra ambulancia, la UVI, y le dicen que ya no hace falta. Ellos contestan que habían parado porque habían visto la otra ambulancia, pero que a ellos también les habían anulado el aviso… Nadie entiende nada, menos mal que el Pichi estuvo como siempre al quite, y paró a la primera ambulancia!! 

Deciden que nos trasladan los de la Cruz Roja (menos mal, ya les había cogido cariño a estos chicos). Cristina sube conmigo en la ambulancia (claro, es la “jefa”) y durante todo el trayecto me acaricia la mano… que importante es el cariño cuando una está en esas situaciones…   los chicos de la ambulancia me van haciendo preguntas y en el trayecto nos contamos pedacitos de nuestras vidas: qué van a estudiar, que guapo es mi niño, que casa tan bonita tienes, te voy a poner oxigeno, te tomo la tensión, tu marido va en el coche con tu bebé, que bien lo del parto en casa… Así llegamos al Puerta de Hierro. En la puerta ya esperaban Pichi y Marcos, con Unai en brazos, dormidito. El mundo se ve muy distinto desde la posición tumbada de una camilla…

Los de la Cruz Roja no se separaron de nosotros. Uno de ellos, incluso, hizo mi ingreso para que Marcos no se tuviera que preocupar de eso… 

Una matrona amiga de Cristina, nos acompaña a una habitación. Me toma la tensión: 11/7 de libro. También me sacan sangre. Al rato vienen para llevarme a ginecología. En esa consulta había mucha gente: no se si dos enfermeras y tres ginecólogos, dos mujeres y un hombre. Me aprietan el útero y ven que sangro. El hombre me hace una ecografía: el útero está bien, no encuentra restos de placenta. No entienden que puede estar pasando.

De pronto, una ginecóloga jovencita me mete la mano por la vagina, la mano y medio brazo. Empieza a tocar, voltear… a mi me duele, me duele por dentro y me duele que no se haya presentado y que no  me haya dicho que me va a meter la mano hasta el fondo, que no me haya pedido permiso… que no me haya siquiera mirado. Me duele, pero no me quejo, sólo respiro expulsando aire hasta el final, como hacía en mis últimas contracciones, aliviando toda esa zona… “ya se que te duele, pero tienes que aguantar” (nos ha jodío, qué otra cosa iba a hacer llegados a ese punto…) 

La ginecóloga encuentra algo y lo saca triunfante: restos de placenta… vuelve a meter la mano, saca un poco más.

Entretanto han llegado mis análisis. Hematocrito 5. No tengo ni idea de lo que significa, pero todos parecen sorprenderse y una enfermera dice: “pero si ha estado haciendo chistes hasta ahora”… debe ser chungo. Deciden que nos vamos a quirófano. Legrado. 

Cuando me despierto estoy en reanimación. No tengo ni idea de qué hora es. Me entra una pena infinita: “¿Cuánto tiempo voy a estar aquí? ¿Cuánto tiempo voy a estar sin mi Unai y mi Marcos? ¿Estará llorando Unai? ¿Le querrán dar un biberón? No, antes llamo a mi amiga Sara para que me done su leche…” Se abre una puerta y entra Marcos con Unai, dormido en sus brazos plácidamente… no me lo podía creer, les iban a ingresar en reanimación conmigo!! 

Le pido a Marcos que tumbe a Unai a mi lado, necesito sentirle. Trato de que se enganche y de nuevo, a las dos chupadas, echa un moquillo. Yo le veo bien, así que no insisto. 

Dormimos a ratitos. Las enfermeras van cambiando, y la verdad es que salvo una, las demás fueron todas muy cariñosas con nosotros. A petición de la enfermera “no tan maja” vino una neonatóloga a ver a Unai. Le preocupaba a esta enfermera que Unai tuviese la bilirrubina alta y que no se enganchase. La neonatóloga le hizo la prueba de la bilirrubina (como una foto en el pecho) y lo descartó. 

En reanimación, me ponen 4 bolsas de sangre… yo me encuentro muy bien, deseando que me suban a planta para poder comer, me muero de hambre: desde la lasaña sólo había ingerido líquidos y más líquidos… 

Pero, ay, antes de subir a planta me quedaba una última sorpresa: tengo visita del Jefe de Servicio. Horror.

Sin detallar demasiado, que esta historia se está quedando larguísima, diré que su discurso me lo sabía de memoria, pues es el mismo que brinda en su despacho a las embarazadas que “osan” mandarle un plan de parto, y que consta de historias truculentas sobre niños que se quedan tontos en el parto, úteros que estallan y Africanas que corren raudas a parir a los “puestos médicos” de su zona… que si nosotros éramos de los que le dejábamos latir el cordón, que si éramos unos irresponsables por que no sabíamos el mal que le hacía esto a los niños… muy paternalista, muy altivo, muy irrespetuoso y lo peor, su discurso no tenía ni pies ni cabeza… a día de hoy no sabemos qué vino a hacer exactamente… 

Cuando se fue, Marcos, por lo general de lo más comedido, saltó indignado: “pero este hombre ¿qué ha venido a decirnos? A las 6:30 de la mañana, sin haber apenas dormido, una recién parida y salida de quirófano tiene que escuchar a este hombre… ¿no podía esperar a estar en planta?” Estábamos indignados. 

Por fin en planta, todo transcurrió como transcurren los ingresos hospitalarios de un parto: visitas de la familia, bombones y demás. Enfermeras amorosas tomándote la tensión y comprobando las vías… la pena tan grande que me entraba por las noches de lo mucho que extrañaba a Ibón, los llantos desconsolados por no tenerle a mi lado… el enamoramiento con Unai, que tiene una mirada sabia que me fascina… la subida de leche… las dos vías de hierro que me destrozaron las manos… y sobretodo una sensación de irrealidad constante. Sentía que no estaba donde realmente tenía que estar… 

Por fin me dieron el alta, el hematocrito seguía bajito pero yo me encontraba muy bien, bajita de “energía vital”, pero bien.

Pasamos los siguientes tres días en casa de mis padres, que nos mimaron y nos cuidaron a los cuatro, que me hicieron comidas ricas en hierro e hicieron mil y un viajes al herbolario para comprarme lo que les iba pidiendo. Que se enamoraron también del nuevo nieto que ahora estaba en su casa… y sin embargo, yo seguía sintiendo que no estaba donde realmente debía estar. 

A los tres días volvimos a casa. Entró la nueva familia al completo (incluida la perra) por el jardín, subí las escaleras y entré en casa. Entré en el baño, me embargó una emoción tan alegre… Se me llenó el pecho… todavía quedaba en la casa la energía del nacimiento… en ese baño nació Unai, su padre recogiéndole de entre mis piernas…

Por fin estaba donde sentía que debía estar.   

P.D. Quiero dedicar esta historia a mis compañeras de El Parto Es Nuestro, por acompañarme de nuevo en este parto, que hicieron que abriera los ojos antes incluso de embarazarme, que hicieron que buscase para mis hijos partos respetados y que en esta búsqueda diera con Génesis.

También a ellas, Génesis (matronas, médico y Alicia) les dedico estas páginas, por dar tanto, a madres, padres y bebés. Por poner toda su alma en su trabajo y saber mirarse por dentro. Gracias Pepa, Jero y Cristina, porque siempre vais a formar parte de la historia de nuestra familia.

 

A mi querida amiga Ali que estuvo aunque no estuvo.

A mi querido Dani, mi hermano, padrino de esta maravillosa criatura. 

A mis padres también se la dedico, porque llevan 30 años cuidándome y dándome cariño, porque no sé cómo agradecéroslo. 

A mis dos hijos, por elegirnos y hacernos muy felices.

Y muy especialmente, y sobretodo se las dedico a Marcos, que ha pasado de desmayarse con su propia sangre, a ser el mejor “comadrón” que podía haber tenido. Por apoyarme siempre. Por ser un padre tan tan amoroso y no dejar nunca de jugar. Por dejarme ser y por ser. Te quiero con todo mi SER.